La noche del 2 de enero de 1946, la ciudad de León vivió uno de los episodios más oscuros de su historia. Lo que comenzó como una manifestación pacífica terminó en una masacre que dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de sus habitantes.
El contexto político
El conflicto inició con las elecciones municipales celebradas el 16 de diciembre de 1945. Don Carlos Obregón, candidato de la Unión Cívica Leonesa, había triunfado sobre Ignacio Quiroz, representante del Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Sin embargo, el gobierno estatal desconoció el resultado y decidió imponer a Quiroz como presidente municipal, desatando la indignación del pueblo.
Desde aquel día, los habitantes de León manifestaron su repudio. La plaza principal se convirtió en el epicentro de las protestas. La tensión aumentó cuando las autoridades trajeron refuerzos agraristas de otros municipios para apoyar la imposición, lo que fue percibido como una provocación más.
La masacre
El 2 de enero, la indignación popular se hizo evidente en una manifestación multitudinaria frente al Palacio Municipal. Hombres, mujeres y niños alzaron su voz contra el fraude electoral y la injusticia. La protesta avanzaba con discursos y consignas, pero lo que sucedió después transformó la escena en un baño de sangre.
Sin previo aviso, fuerzas federales, apostadas en el Palacio Municipal, abrieron fuego con ametralladoras contra la multitud. Las balas expansivas, prohibidas por acuerdos internacionales, sembraron muerte y terror en cuestión de minutos. Testigos presenciales describieron cómo los cuerpos caían en la plaza, mientras las ambulancias de la Cruz Roja también eran atacadas.
El saldo fue devastador: decenas de muertos y heridos. Los cadáveres que no pudieron ser recogidos por los servicios de emergencia fueron transportados clandestinamente por las autoridades. El luto invadió cada hogar leonés.
La respuesta nacional
La masacre de León conmocionó al país entero. Desde Monterrey hasta La Piedad, ciudadanos y organizaciones condenaron los hechos. Se formaron ligas de contribuyentes que se negaron a pagar impuestos hasta que se respetara la voluntad popular. En solidaridad, se declaró una semana de luto nacional, durante la cual miles portaron un crespón negro en señal de protesta.
El Presidente Manuel Ávila Camacho recibió mensajes de indignación exigiendo justicia. Aunque las autoridades prometieron castigar a los responsables, el daño estaba hecho. León se convirtió en un símbolo de la lucha contra la represión y la corrupción política.
Un legado de resistencia
Los hechos del 2 de enero de 1946 marcaron a León como una ciudad resistente. La sangre derramada no fue en vano: encendió una llama de indignación que trascendió al país entero. Hoy, la masacre de León es recordada como un capítulo trágico, pero también como un ejemplo de la valentía de un pueblo que, frente a la injusticia, alzó su voz con dignidad.
“Qué heroico, qué grande, qué glorioso eres y serás siempre, pueblo de León.”